Durante su desarrollo, Saw pasó por una tortura similar a las que plantea el carismático Jigsaw a sus víctimas. Brash Enterteinment, distribuidora original del título, cerró sus puertas en noviembre del año 2008, una defunción inesperada que amenazó con rebanarle el pescuezo al proyecto cual temible guadaña. Por suerte, el proyecto logró librarse a tiempo de la trampa; Konami se hizo cargo de él y decidió darle todo el apoyo necesario para convertirlo en el sucesor espiritual de la franquicia Silent Hill. Siguiendo el símil cinematográfico, ¿sabrá la adaptación aprovechar esta segunda oportunidad que se le concede... o de lo contrario volverá a caer en las garras del asesino en serie?
Saw transcurre poco después de los eventos acontecidos en la primera parte, una buena noticia si se tiene en cuenta el desvarío narrativo de sus execrables secuelas. El protagonista es el detective David Tapp, recuperado tras el disparo de bala y encerrado en un manicomio abandonado, ambas acciones por cortesía del amigable Jigsaw. Para salir con vida del edificio, Tapp no sólo deberá acatar las órdenes de su captor sino además se convertirá en juez, jurado y verdugo a lo largo de seis actos de unas ocho horas de duración.
Las impresiones iniciales son alentadoras; nada más empezar, el jugador se verá atrapado en una carrera contrarreloj para quitarse de encima una de las trampas más veteranas de la franquicia: el bozal. El fracaso equivaldrá a una muerte explícita y sangrienta que horrorizará a los santurrones y deleitará a los morbosos, quienes seguramente fallarán adrede en las siguientes pruebas para completar las consecuencias de sus actos. Una vez liberado, el detective iniciará su andadura -con la cámara en tercera persona- por un ambiente tan anclado en la podredumbre que incluso apesta.
Se nota que la desarrolladora Zombie Studios ha puesto todo su empeño para que los fans se sientan como en casa, si que es viven en la morada del dolor, claro está. Tapp va descalzo, así que se hará mucho daño si pasa por una zona con cristales rotos. La oscuridad -amenazantemente sólida- sólo podrá combatirse con un mísero mechero, o con otros instrumentos igualmente inútiles como una cámara fotográfica que iluminará momentáneamente las salas con molestos fogonazos. De tanto en cuanto, el detective será testigo de los intentos fallidos de otras víctimas por escapar de sus trampas particulares, avisos ingeniosos sobre lo que le podría ocurrir si no se anda con ojo.
La investigación del detective está plagada de aparentes desvíos -descifrar el mapa del juego sí que es una auténtica tortura- que intentan ocultar en vano la descarada linealidad presente en la resolución de acertijos. Si una fuga de gas impide avanzar, la manecilla auxiliar se encontrará en el único camino restante; la llave que abre la puerta bloqueada está a tiro de piedra... Ocasionalmente hay momentos realmente brillantes -como diseccionar el cadáver correcto a partir de las pistas que se esconden por el escenario-, pero da la sensación de que Jigsaw ha preferido gastarse todo el presupuesto en sus queridísimas trampas.
Las torturas son mini-juegos encubiertos que se suceden uno tras otro en un giro siniestro de la expresión circense "más difícil todavía". Al principio, bastará con resolver un simple puzle para escapar de la trampa, pero poco a poco irán apareciendo amenazas como bombas, gases letales, tanques de ácido... Por desgracia, lo que empieza siendo una novedad acaba en reiteración frustrante adornada con rompecabezas más complejos al final de cada acto, cuando el jugador deberá salvar la vida de una de las víctimas del asesino.