Entre mazmorra y mazmorra, el jugador deberá abrirse paso entre una marabunta de enemigos a espadazo limpio; el líquido carmesí es tan abundante que incluso el menú principal contiene un contador para los morbosos con demasiado tiempo libre -de entre los que se encuentra el redactor del presente artículo-. Guerra podrá comprar nuevas armas, combos o poderes en el chiringuito portátil del demonio Vulgrim, a cambio de las almas humanas que vaya recolectando. No deja de ser irónico que el protagonista ofrezca sin miramientos los espíritus de aquellos que quiere salvar, pero es posible que todo entre en la misma lógica que dicta que el Consejo esté formado por los primos lejanos de las piedras Moái.
Asimismo, cada zona está repleta de secretos y extras hasta el punto que los cleptómanos aventureros se sentirán en el séptimo cielo o en el noveno infierno, a gusto de consumidor. Vulgrim está interesado en artefactos de la legión infernal, y los intercambiará a cambio de almas. Los cofres más inaccesibles esconden piezas de una armadura legendaria tan poderosa que incluso hará llorar de miedo a los demonios -con permiso de Dante, claro está-. Lástima que la mayoría de las áreas carezcan de una forma rápida de averiguar donde se esconden tan preciados ítems, al estilo de Batman: Arkham Asylum.
Guerra no se aburrirá en ningún momento del juego gracias a la diversidad de situaciones, y como muestra unos cuantos botones deshilachados: secciones inspiradas en los míticos Panzer Dragon, concursos con entidades arcanas para ver quién despluma más ángeles, duelos a lomos de Ruina -el corcel negro del Jinete, combates que requieren condiciones específicas para conseguir la victoria -como aplastar a los enemigos con la ingente carrocería que la humanidad ha dejado mal aparcada... Es muy meritorio por parte de Vigil Games haber aprendido con su primer título una valiosa lección que muchas desarrolladoras todavía no han logrado asimilar: siempre se debe estar en constante reinvención.
Pese a los aniquilamientos explícitos y al destripamiento de corazones, Darksiders mantiene una estética muy cartoon, legado innegable del guionista y dibujante de cómics Joe "Mad", conocido por su paso por Marvel o por Battle Chasers. Su estilo está presente en todo el juego y logra que el Apocalipsis no está saturado de tonos grises sino que adopte sin temor toda la gama cromática. El aspecto visual se encara orgulloso a los de los proyectos con mayor presupuesto, a cambio de sufrir ciertos tirones -o al menos en la versión para PlayStation 3.
Curiosamente, este es uno de los casos donde se hubiese agradecido la ausencia de doblaje español. La razón por esta petición tan descabellada es ni más ni menos que Mark Hamill, actor de voz profesional con algunos escarceos menores en dos o tres películas de ciencia ficción prácticamente desconocidas, que en esta ocasión encarna al Vigilante, el subordinado del Concilio que debe asegurarse que Guerra no escapa de su penitencia. La música cumple con creces su cometido, avivando los deseos del personal de que el sub-mundo de las bandas sonoras de videojuegos estuviese más desarrollado.
Darksiders evita coger la manzana del árbol de la Copia-y-Pega, pero comete algunos fallos menores por el camino como la poca originalidad de sus objetos, la no-permanencia de las habilidades adquiridas en una segunda partida o el inestable fijado automático durante los combates. Pecata minuta comparada con la aventura breve pero intensa repleta de momentos celestiales y de enfrentamientos infernales que sabe fusionar conceptos tan dispares como la lucha desenfrenada y la metódica resolución de puzles. La rumorología popular ya apunta a una secuela, y su final confirma dichas sospechas, así que para algunos la espera para revivir el Apocalipsis más divertido se les hará eterna... ni que fuera el fin del mundo.