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La Pereza de Zelda

Un artículo de Guybrush Noséqué || 23 / 2 / 2010
Zelda

De la misma manera que sucede en el cine, en ocasiones hay videojuegos que por algún motivo crean una soberana pereza. Cada esfuerzo promocional, cada anuncio de su épica, de su detallismo, de su universo reflejado... genera modorra y la idea que nos viene a la cabeza es “ya salvará al mundo otro”.

Con el paso de los años, esa sensación aumenta. Volver a tratar de sacarse el carné de conducir en Gran Turismo o recuperar las mismas piezas del uniforme en Metroid, a muchos les genera como máximo un bostezo. Si ni da para levantarse del sofá a buscar el mando ¿cómo va a lograr que lleguemos a la tienda de la esquina a gastarnos parte de nuestro presupuesto en lo que intuimos como una inversión en sopor?

Iniciando los 90 y con Super Nintendo empezando a apretar el acelerador con grandes nombres, el mundo no hacía más que hablar de Zelda y su revolución. Una saga que se haría grande con ese Link To The Past que a su vez inspiraría a un adolescente para, años después, crear Occarina Of Time, considerado el mejor de la saga en un ejemplo asombroso de lo que la inspiración puede hacer retroalimentando el proceso creativo.

La cuestión es que entre Marios, Street Fighter que cumplían nuestros sueños de tener la recreativa en casa, Probotectors que nos hacían babear y demás perlas, Zelda a algunos nos generaba una infinita pereza. Pereza que aumentaba cuando contemplábamos las andanzas del joven guerrero a la caza de un corazón desplazándose de un punto a otro sin descanso.

Si entonces llegamos a profundizar en su juego, es porque el inicio de ese episodio, por encima de sus rasgos de aventura que nos iba a robar demasiado tiempo (de ahí la pereza) presentaba algunos rasgos hipnóticos. La lluvia de las primeras secuencias, la espada que arrancábamos en un momento tan icónico como sugerente. Y a partir de ahí avanzábamos con la expectativa de encontrar otro momento mágico que nos hacía pensar que los padecimientos por avanzar especulando, buscando una pista en lo que en ocasiones eran rituales obsesivos para encontrar el camino, valdrían la pena si presenciábamos otra secuencia tan encantadora como la saga de Zelda ha estado ofreciéndonos desde el principio de los tiempos de Link.

Zelda



Hoy día, muchos años después, hay quien vuelve a sentir la pereza de tener que volver a buscar una espada más fuerte, un boomerang al que ya conocemos y por el camino aumentar los corazones de nuestra barra de energía. La duda es si los momentos de magia no se han convertido en clones de otro momentos anteriores, en meras reproducciones de emociones que por intensas que fueran no han podido evitar resentirse con el paso del tiempo. El Link de Super Nintendo conservará siempre ese ‘algo más’ propio de una época en que se podía ser precursor en un catálogo mucho más limitado en el que los juegos no se atropellaban unos a otros. Hoy día, la acumulación y la permanente búsqueda de los momentos especiales nos deja sólo con los momentos de trámite. En días como hoy, uno decide que es mejor quedarse en el sofá. Con la consola apagada. Recordando a Zelda.



7 bits

No todos los clásicos fueron buenos, no todo puede ser bien visto por la nostalgia. Alguien debía hacer justicia y hacerle un 7 a los 8 bits (y a los 16...). Y de paso divagar sobre otros temas del videojuego.

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