Los actores de voz parecen haberse concienciado al fin de que se encuentran ante un titulo con cierta carga filosófica en lugar de hallarse en una tertulia típica de tarde en la cafetería. Las tendencias de Rapture siguen ancladas (¡ja!) en los años 50-60, justificando con creces la inclusión de un disco de vinilo en la edición especial pese a que deben haber ya pocos tocadiscos en las buhardillas. El contenido de las cintas que se encuentran repartidas por el escenario oscilan entre la anécdota trágica y la pincelada contextual, aunque se ha perdido el factor novedad.
Andrew Ryan no dudaría en tildar a BioShock 2 de un producto creado por los parásitos para oprimir la libertad con sus cadenas grandes y pesadas, pero que su continuación se sostenga sobre unos cimientos lineales no significa que sea un título fallido, más bien todo lo contrario. Rapture ha decidido admitir sus limitaciones y compensar al jugador con una nueva noción más siniestra y brutal que la anterior: la del destino ineludible, la de la justicia impuesta por una naturaleza primaria e insobornable... la de la relación entre un padre y su hija.