El mítico Bárbaro musculado, de larga melena, tez ruda y pose inmisericorde, ha vuelto. Personaje creado por Robert. E. Howard, hace más de 70 años (un gran aficionado a la ficción de corte medieval-mágico) él y su obra se fueron extendiendo durante años de forma muy extensa, alcanzando lenguajes tan contemporáneos como el cómic y el cine.
En el videojuego no son pocos los títulos que de una u otra forma se han inspirado en él, y ahora llega de nuevo en multiplataforma a poner una vez más a prueba el paso del tiempo y el peso de su nombre.
Los encargados de este regreso son el equipo de Cauldron, que para la ocasión han querido valerse de usos cinéfilos para beber de la reciente memoria colectiva, que tiene en la cabeza al rostro de la de Arnold Schwarzenegger y sus andanzas frecuentemente repetidas en reposición televisiva.
Es con esta intención que se nos lanza a una introducción cuya temática nos resultará habitual... y que hace algo más que introducir. Porque una cosa es que Hideo Kojima se dé cuenta que lo suyo quizá era dedicarse al séptimo arte y para manejar a Solid Snake nos haga tragarnos todo tipo de alambicadas ocurrencias argumentales, y otra que tengamos que atender a los largos relatos de éste tipo inexpresivo con una puesta en escena que, de inicio entrañable –el típico uso de un libro con sus ilustraciones que ameniza una suave historia- pasa a petreo-plúmbea para llegar a lo exasperante.
Ese libro repleto de hojas sobre el que se sobrepone una voz en off (con los respectivos textos en la parte inferior) se alterna con imágenes generadas por el propio engine del juego en que vemos a un indolente Conan mostrar todo el desprecio del mundo ante la destrucción –se supone que una vez más- de su pueblo. Pero ante su apatía facial, jura venganza. Y de alguna forma parece que a veces la busca sobre nosotros. Quizá sea justo: nada de esto habría pasado si no hubieramos empezado la partida... pero ¿de verdad hemos empezado la partida?