Namco ha sido desde el inicio de esta industria una de las principales valedoras del género arcade, donde la diversión primó siempre ante cualquier otro aspecto técnico. Junto a Konami, son muchos sus juegos los recordados por jugadores de todas las épocas gracias a reediciones en diferentes formatos, emuladores y una escena de nostálgicos que renuncian a olvidar tiempos pasados.

En la etapa germinal clave, que cubre el final de los 70 y mediados de los 80, la compañía japonesa no solo revalidó el concepto del videojuego con sus clones de ‘Space Invaders’ (‘Galaxian’ en 1979 y ‘Galaga’ en 1981) sino que creo figuras que en poco tiempo se convertirían en piezas inmortales de esta industria, como en el caso de ‘Pacman’ en 1980. De la mente creativa de esta empresa japonesa salieron otros pequeños conceptos que merecieron el honor de ser trasladados a muebles de salón recreativo. ‘Dig Dug’ es otro de esos arcades inmortales a los que apetece jugar varias veces o ‘The Tower of Druaga’ de 1984, un maravilloso acercamiento al género de dragones y mazmorras un tanto más torpe que su competidor inmediato de Atari en 1985, ‘Gaunlet’.

Si bien todos estos juegos iban acompañados de estupendos muebles donde el arte decorativo del mismo era imprescindible para conocer mejor a los personajes, el detalle y calidad de sus gráficos permitían que el jugador apreciase con claridad lo que representaban aquellos montones adorables de sprites.

Esto, sin embargo, no sucedía con uno de sus primeros juegos, hoy casi olvidado por la crítica y público, el cual contaba con unos diseños fantásticos y surrealistas que podían llevar al jugador a imaginar que lo que sucedía en pantalla era algo diferente a lo planeado por los desarrolladores. Se sabe que los monigotes de ‘Galaga’ o Galaxian eran naves con forma de insectos, Dios sabe lo que es ‘Pacman’, el caballero de ‘The Tower of Druaga’ era un paladín un tanto torpe y el bicho de ‘Dig Dug’… bueno, ese se puede incluir en la categoría ‘Pacman’… pero con ‘Mappy’, la cosa era un poco más complicada.

Mappy (1983) era un elegante arcade de plataformas en el que se controlaba a un simpático ratón azul que esquivaba gatos y recogía objetos dispuestos por las casas que conformaban sus niveles. Los dibujos decorativos del mueble explicaban que el nombre del protagonista era Mappy, el ratón policía, y su misión era recuperar los objetos robados por el gato gordo Goro y sus secuaces, los pequeños Meowky. Los escenarios eran casas plagadas de camas elásticas, de puertas que se abrían y cerraban por control remoto, de picaportes que mandaban rallos que inmovilizaban a los gatos y los sacaba de la pantalla y tenía fases de bonus repletas de globos de colores.

No. Imposible. Ese juego no podía ir sobre un ratón policía. La explicación del mueble tenía que estar equivocada. Lo que se veía en pantalla era otra cosa:

Un ratón vestido con el traje azul del Mago Merlín y portando su varita mágica entraba casas ajenas de lo que parecía un vecindario habitado por artistas de circo. Las viviendas estaban llenas de objetos muy apetecibles (cajas fuertes, microordenadores, cuadros de incalculable valor) y el ratón se dedicaba a sustraerlos con la velocidad del rayo. Los gatos guardianes debían impedir que robase los objetos pero las habilidades mágicas del protagonista hacían que todos terminaran expulsados de la casa y con el ratón huyendo con el botín.

Cada dos casas, el ratón ingería sustancias alucinógenas que le hacían imaginar que atrapaba globos mientras salta sobre trampolines acompañado por el compás de una estridente y pegadiza música. Cuando la reseca remitía, el protagonista volvía a las andadas.

‘Mappy’ pudo disfrutarse en salones recreativos y en las Famicom japonesas con una correcta conversión del juego. Una década más tarde, muchos jugadores europeos y americanos pudieron redescubrir este entrañable programa gracias a las NES clónicas que invadieron el mercado y que lo incluían entre sus bastas colecciones de juegos de saldo. El ultimo renacer de esta aventura clásica de ratón contra gatos fue hace tres años, con un excelente recopilatorio de Nintendo Ds donde Namco Bandai brinda la posibilidad de jugar al programa original y de disfrutar de todos los elementos que lo hicieron tan entrañable en su momentos: músicas, gráficos y, efectivamente, las imágenes decorativas que ilustraban el mueble y explicaban (o no) lo que sucedía en pantalla.