Conducción no siempre es sinónimo de realismo. Puede tener otro significado, uno que se acerca al sentido más arcade y al que se llega de una u otra forma. Mientras el amplio repertorio de Codemasters o el todopoderoso Gran Turismo siguen avanzando en las distintas vías de atrapar algo del exterior para hacerlo lo más cercano y divertido posible, hay una alternativa con muchos más años de historia y que a pesar de haber reducido su presencia sigue teniendo un hueco. Porque esto siempre ha tratado de divertirse.
En ese sentido, hace ya muchos años Micromachines, basándose en unos conocidos coches en miniatura ("si no son Micromachines...") protagonizó un juego multiplataforma donde todo era emoción condensada. Los escenarios, de una sencillez entrañable, se basaban en lo que habrían sido lugares naturales para los cochecitos en las manos de un niño. Que si un pupitre con instrumental de estudio, que si arena playera, la bañera con su pato para competir con barquitas... El resultado te enganchaba desde la primera partida, y su perspectiva cenital y colorista simplicidad se acababan grabando a base de constancia.
Ahora, con muchos años después y mucha tecnología que utilizar, lo mismo que ésta posibilita la convierte en obstáculo para terrenos más sencillos. ¿Es posible recuperar algo así más allá de los incontables regresos de Mario Kart en soportes Nintendo? Mashed es buena prueba de ello, una adaptación a la tridimensionalidad del ideario de Micromachines y una nueva demostración de que las fórmulas clásicas, bien tratadas son imperecederas.
De esta manera, lo que más valioso hace a un juego, su capacidad para atrapar, se muestran de nuevo desde la primera toma de contacto. Luego el resto puede acabar siendo más o menos plano, sus varias opciones para alargar su vida añadidos para algo muy básico. Pero lo simple, no siempre es algo negativo. Y aquí se acaba convirtiendo en un recurso al que acudir regularmente -especialmente en compañía- para saborear emociones tan sencillas como intensas.