Desde la recreativa hasta conversiones muy aceptables como la de Amstrad, Commando dio motivos para que Capcom siguiera llenado en sus arcas tanto en recreativas como en soportes domésticos, preparándose así para perdurar en el tiempo. No era de extrañar entonces que surgieran imitadores, que uno de los géneros esenciales para el videojuego en sus inicios, diera rienda suelta a la adrenalina y a las masacres cuerpo a cuerpo con las que Space Invaders no se atrevió, forzado a intercambiar monigotes por naves espaciales para no escandalizar al personal a principios de los 80.
Lo curioso es que entre los imitadores, un caso que rozaba el plagio como el que nos ocupa, fue capaz de hacerse con los seguidores de una manera peculiar. A los británicos de Alligata el tema de la originalidad les parecía importar poco –no ya por el juego, sino incluso por su banda sonora de The Great Scape– y a cambio sí parecían más escrupulosos con el resultado final, fueran cuales fueran las circunstancias. No sólo lograron una variante de Commando que se sacudía su nombre y se ganaba a fieles propios, sino que con decisiones tan controvertidas como suprimir el scroll que caracterizaba a aquel en la versión Amstrad –reconducido pues a un juego de pantallas– daban con un resultado asombrosamente bueno fuera cual fuera el planteamiento (la versión de Commodore pone más en evidencia el espíritu clon, pero también luce más).
Es por ello que pese al reprochable aspecto de imitador indisimulado, a la escasa pericia técnica demostrada con Amstrad y Msx, los mayores reproches que se pueden hacer a sus creadores respecto a un título que tuvo una respetable secuela un año después, van dirigidos a la escasa duración del grupo de programación que formado en el 82, para el año 88 ya estaba prácticamente cerrado (tras importantes abandonos previos). Como nota curiosa, en su currículo aparece en el año 87 un título ajeno muy familiar por estas tierras: Livingstone Supongo, desarrollado por nuestra Opera Soft, apareció firmado en Inglaterra por estos chicos capaces de cocinar uno de los mata-mata más injustamente olvidados, de los pocos que puedan aguantar unas (escasas, tampoco hay que engañarse) partidas.