¿Cuál era la verdadera gracia de Phantomas? ¿tenía alguna realmente? Si tuviéramos que juzgarlo por una partida en la actualidad, la conclusión para un juego que despertaba excesivo cariño entre los usuarios de los 80, es que no, que aquello no sólo era rancio, sino exageradamente intratable.
La conclusión no es nueva. Lo tratamos en artículos como el de Abu Simbel (justo decir que, mucho más desesperante que el actual: aquí al menos pasamos unas pantallas), con Dustin… y en realidad hay poco de nuestro adorado soft español que pase los filtros del tiempo con un mínimo de dignidad, o que siquiera nos conceda ahora unos minutos de distracción.
Con Phantomas el supuesto glamour de ir a la caza de Drácula en su segunda parte (sí, muy cool, pero ya estaba por ahí el Castlevania con el nombre de Vampire Killer) escondía preguntas tan evidentes como ¿qué carajo le pasaba a nuestro protagonista? ¿por qué era tan distinto entre algunas entregas? Volviendo a comparar con Profanation, también había aquí excusa argumental para el amorfo sprite, algo de un androide creado en la galaxia de Andrómeda y especializado en el robo, dedicación de su primera parte que justificaba la caza de Drácula en la segunda en una forma de redimir sus penas tras ser pillado por la policía intergaláctica. Pero, al margen de lo forzado de los argumentos (y de no explicar esas diferencias entre versiones), lo grave seguía siendo lo terriblemente complicado de su experiencia entre distintos saltos y enemigos incansables que hacían mella en una barra de energía siempre demasiado corta. Una vez más, la herencia Jet Set Willy dispuesta para sacarnos de quicio, en esta vez con un planteamiento tan ingobernable que nos hacía perder energía sí o sí para seguir adelante.
Con todo, uno que conoció al que en tierras extranjeras fue Vampire bajo el sello Codemasters, sólo podía preguntarse con auténtica curiosidad y como auténtico fan del juego … ¿cómo eran las últimas de sus 95 pantallas? ¿de veras salía el conde Drácula? A través del tiempo, Internet nos da la respuesta en forma de vídeo. Y para qué engañarse, con un control algo más fino y dificultad ajustada y sin caer en la vía fácil de hacer que gran parte de los daños fueran obligatorios (por no hablar de sus soniquetes repetitivos incordiando) esto podía haber estado bien.