El género de la conducción se encuentra copado por ciertos nombres inatacables ante los que parece aconsejable rendirse y cambiar de aspiraciones. Puede que el nuevo Gran Turismo sea una utopía, un engaño para distraernos oyendo hablar de una maravilla que nunca llegará, pero entre tanto hay gente como Codemasters que con sus Toca y Colin Mcrae rivalizando con WRC cada día ponen las cosas más difíciles. Con sus programas, da la sensación de que si no logran el juego perfecto es por una disciplinada contención, para permitir una nueva entrega el año siguiente que de sentido a su trabajo y a las partidas de sus usuarios.
Por ello, cualquier intento menor, puede quedar muy en segundo plano. Ridículo en la comparación frente a tamaña especialización y dedicación laboriosa.
Empire precisamente se encargó de que el equipo de Supersonic desafiara esta máxima el pasado verano con Mashed, una recuperación del estilo Micromachines que a los modernos superficiales les dejaría más que fríos, pero que tenía las suficientes opciones y características para lograr una modalidad de diversión cruda, mayor en el multijugador, sin preocuparse excesivamente de cómo debe sonar tal o cual coche.
Ahora, con los programadores de Razorworks, le toca el turno a otra saga que alcanza aquí su tercera entrega, al servicio de la todopoderosa marca Ford, en una dirección diferente pero comulgando con la idea de primar el arcade sobre la simulación.
Eso no quiere decir que de los 55 coches incluidos, cada uno no tenga sus propias características apreciables fácilmente en su conducción. Sería algo raro, más teniendo en cuenta que en este es un producto hecho para que la compañía se rinda tributo, por lo que se incluyen vehículos sobradamente conocidos más clásicos, prototipos y hasta camiones. Pero el aprendizaje, la física, el cambio de uno a otro vehículo, se llevan con sencillez para que no precise dedicar demasiado tiempo a estar dentro del juego.
Y es que quizá en estos días haya alguien que agradezca ponerse frente a jugar sin necesidad de sacarse el carnet de conducir, o encontrarse un reto de tales dimensiones que empiece a demandar un título propio de postgrado.