Una vez más, versión colorista frente a pseudo-monocromo. Versión indomable frente a jugabilidad misteriosa.
Las conversiones darían para un tratado que si levanta suspicacias en la generación Playstation-Xbox, en los 8 bits debería haberse resuelto en los tribunales. Saltos de recreativa a ordenador doméstico bochornosos, ports desganados con prisas –y sin escrúpulos– entre amstrad-msx-commodore-spectrum y que hacían que en muchos casos los mejores ordenadores lucieran los peores juegos… circunstancias que en definitiva hemos explicado en otras ocasiones y que se repetían en Nonamed.
La cuestión es que uno comparaba el primer programa comercial cocinado en 1986 por Nacho Abril en Amstrad con su versión MSX –calcada a la Spectrum- y sentía una cierta envidia. Tratar con Nonamed, del que su autor no se confesaba especialmente orgulloso a pesar de algunas virtudes evidentes en estética o tamaño de enemigos (las altas exigencias del autor le permitirían con el tiempo crear Navy Moves), era acabar condenado a buscar claves sobre los secretos que era preciso conocer para superar el juego. A partir de ahí era puro trámite… salvo en esa colorista versión Amstrad que enloquecía con enemigos acelerados y reacciones tercamente lentas de nuestro protagonista, echando así nuestras posibilidades por la borda. Por no hablar de cómo los enemigos flotan sobre los agujeros del suelo del castillo… vivir para ver.
Dedicándole tiempo e incluso rebuscando el remake que se realizó de él no hace tanto, Nonamed acaba por revelarse otro de esos juegos misteriosos que cobran valor comprendiendo la fascinación inicial por aquellos primeros títulos que crecían en el caso de un producto con tanta atmósfera y buen gusto gráfico, aunque -especialmente en su versión Amstrad- confundiera la jugabilidad y dificultad con una experiencia tortuosa. Lo mejor, alguna captura evocando emociones pasadas y la inevitable carátula de Azpiri.