Apenas dos años después de la emisión del primer episodio de Los Simpson, Bart, por aquel entonces todavía destacando de manera especial sobre el resto de la familia amarilla, iba a protagonizar el primer videojuego que llegaba con lo que para muchos entonces era una garantía: la firma de Ocean Software.
Hemos nombrado en alguna ocasión los atípicos logros de una compañía que frente a una idea tan arraigada como la de que las conversiones de licencias en videojuego nunca llevaban a nada bueno, había logrado salir bien parada con nombres como Batman o Robocop, que incluso con conversiones de recreativa a soporte doméstico como Cabal, New Zeland Story, Toki o el Operation Wolf se había ganado nuestra fidelidad.
El caso de The Simpsons: Bart vs. the Space Mutants no es muy diferente al de aquellos que cumplieron dignamente sin anotarse logro alguno intemporal. Su jugabilidad en este caso estaba demasiado dependiente de la fascinación de manejar a Bart, y prácticamente nos hacía agradecer no estar ante un título ponzoñoso en la línea de las peores adaptaciones, limitándose a jugar con las mismas gracias que la serie en su momento. En ese sentido, lo de tener en pantalla a un personaje adolescente que se vanagloria de sus graffitis y bromas telefónicas podía ser el no va más aquel entonces, pero de la misma forma que ahora resulta poco transgresor, la forma cuadriculada en que emulábamos sus logros hoy apenas nos arranca un suspiro de paciencia. Poco más se puede decir de un juego cuyo mayor uso en su versión Commodore Amiga era atender a su animación inicial, que para más inri solo podía mostrarse con una ampliación a 1 mega (sí, 1 mega), porque a pesar de su brevedad el ordenador se quedaba corto y la movida necesitaba de un diskette en exclusiva, fascinando en aquella época con una introducción en la que hoy destaca su desesperante sentido del ritmo.
Por lo demás, el amplio repertorio de ítems utilizables (las gafas para distinguir humanos de marcianos, el tirachinas…) debía traducirse en más y más posibilidades que hoy no pueden sino parecernos motivos adicionales para el estrés. Cosas de los tiempos: entonces perder y perder vidas mientras explorábamos una y otra vez qué querían decirnos los programadores y qué ruta endemoniada debíamos seguir, nos parecía lo más natural. Hoy son cosas muy superadas.