Hace no demasiado tiempo hablábamos del trauma de juego que era el Samantha Fox Strip Poker, un subproducto propio de los 80 que en una época en que ver carne era de una dificultad inimaginable a día de hoy, se ensañaba llevando el tema a extremos delirantes. La cosa chocaba de bruces con las posibilidades técnicas de los 8 bits: tratar de ver a los senos de la Fox, todo lo que nos mostraba el juego en sí (aunque como el que nos ocupa especulara con una posibilidad mayor), era un ejercicio de imaginación similar a intentar ver las películas codificadas del Plus unos años después (otro síntoma inquietante de una generación que pedía a gritos un Internet desbocado).
Pero todavía faltaba un juego para burlarse más de los adolescentes de hormonas revolucionadas que aspiraban a unir su mayor afición con su mayor aspiración: el de Gals Panic. Una variante del Qix que hacía de un programa tan indiferente como ese, un reto mayúsculo y sublime cargado de tensión y trascendencia.
Pongámonos en situación: pantalla oscura esconde una imagen. Iremos haciendo recortes a base de trazar líneas continuas entre el punto en el que estamos y otro punto ya conquistado para avanzar desvelando la imagen escondida. Si la línea que vamos formando choca con uno de nuestros enemigos, una vida menos. Para evitar a especuladores hay un tiempo límite de 3 minutos. Y hasta jefes finales tratando de ponerlo más crudo.
Lógicamente, como ha quedado expuesto, la relevancia de su jugabilidad variaba sustancialmente si lo que se iba a mostrar era no un paisaje costumbrista sino una turgente señora de corte oriental. Una forma bastante burda de recaudar con base a falsas esperanzas de lograr mostrar a la susodicha en pelota picada, algo que se valía tanto de la creciente moda manga de un Dragon Ball cuya repercusión iba creciendo sugiriendo a Bulma como mujer ideal, como la falta de sentido común sobre qué nos podía mostrar o no una recreativa (o incluso de las reglas niponas sobre la imposibilidad de mostrar vello púbico, cosa que además en aquella época se identificaba con el sexo femenino). En todo caso, como aquello de las coin-op era territorio adolescente, la fe en que fuera posible llegar hasta el final del strip-tease existía, se nos debía premiar tanto arrojo y entrega si invertíamos todo el dinero de la tarde en la causa… o no.
Visto con perspectiva, efectivamente todo resulta muy triste. Que alguien no se planteara la superación de los retos de Gals Panic como una prueba de hombría que bien merecía apreciar moza desnuda, resulta incomprensible. Que tamaña demostración de deseo/curiosidad no llevara a concesiones más sanas que hacer pasar la tarde con tanto padecimiento, merecería un estudio sociológico si no fuera porque a día de hoy un banner acaba mostrando más de lo que entonces siquiera pudiéramos imaginar poniéndonos retorcidos. Eso sí, bien por nostalgia o fetichismo, llegaron a haber 10 entregas. Gals Panic SP, en 2001 (¡2001!) venía con opción de imprimir pantalla. Y todo sin entrar en el repertorio de clones que lo hacían mucho más salvaje… en fin. Triste, muy triste.