La piratería no es cosa de hoy, y en el pasado hay muestras para quedarse boquiabierto. En los quioscos, entre las escasas revistas especializadas y en el rincón obligado por tanto para cualquier usuario de ordenadores (ordenadores porque las consolas mediados los 80 eran algo indiferente en nuestro país), había unas extrañas publicaciones que venían con casetes y cuyas propuestas no podían ser más esquizofrénicas: programas absurdos de ínfima calidad, juegos extraños y mediocres (incluso en ocasiones, editables) y títulos asombrosos pirateados de forma grotesca: Jet Pack, Manic Miner, Saboteur... Vamos, piratería pura y dura en un pastiche incoherente y que se vendía a plena luz del día, sin emules ni kazas mediante.

Lo de Load’n Run entiende uno que tenía mucho de simbólico. Por aquel entonces Load y Run eran instrucciones de carga para los programas en cinta, pero además aquello nos llevaba al “carga y corre” tan ilustrativo de su naturaleza clandestina. Y daba para todo: primeros nombres, juegos que incluso en su versión MSX original venían en cartucho (¡un juego de cartucho en cinta! ¿cómo era posible? ¿lo sabía Konami? ¿no habría sido una buena técnica para abaratar costes, más con aquellos precios inaccesibles?) y cosas que obligaban en definitiva a frotarse los ojos cuando uno contemplaba qué maravilla acababa de encontrarse con un nombre fraudulentamente alterado (luego estábamos ante el doble de infracción de propiedad intelectual: en lo económico, en la autoría, en el nombre…).

Uno quisiera saber de donde salían aquellos piratas temerarios que colocaban en el quiosco un producto así sin preocuparse por las consecuencias. Habilidades no les faltaban (o alguien con esa habilidad, vaya) e incluso es posible que algunos de los programas mediocres con que rodeaban los juegos pirateados fueran suyos. ¿Sacaron mucho con el tema? ¿lo reinvirtieron en algo decente, en simples comidas de fin de semana, o lo enfocaron a redes más turbias? Sería interesante saberlo, pero probablemente quedará como una más de las incógnitas de la época, una demostración más de cómo sacar provecho al trabajo ajeno con jeta y sin vergüenza. Lo único que servidor ha sabido sobre la marca es que sus ediciones también las llevaron a Italia, demostración adicional de carácter latino.