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Monkey Island - clasico de videojuegos
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Monkey Island

Yo fui un pirata

Un artículo de MG || 07 / 9 / 2003


Sus entregas



Heredero de la aventura grafico-conversacional, de aquel primitivo intento de comunicación con el ordenador que mediante instrucciones escritas nos obligaba a lidiar con un riguroso sistema poco dado a concesiones, el género de la aventura gráfica solucionaba este problema para abrir el abanico de posibilidades al jugador, y tratar en lo posible de darle la mayor cantidad de formas de actuar.
Con un larguísimo número de títulos en los ordenadores PC, ninguno puede considerarse tan representativo como el repertorio de juegos basados en el SCUMM, cuyas siglas responden al sistema creado para un programa en concreto : Script Creation Utility for Maniac Mansion. Destacó con el mismo instrumento la exitosa adaptación de La Ultima Cruzada de Indiana Jones, en que enfrentado Gilbert al reto de seguir un esquema preconcebido por la película, nos vistió con sombrero y látigo involucrándonos más que nunca -como sólo él sabe hacer- en las gestas del arqueólogo.
Pero Monkey Island es capaz incluso de separarse de títulos de tanto renombre. La libertad para llevar el mayor destello creativo de un iluminado, se plasmó en un primer episodio brillante, que te atrapaba desde el principio, y te hacía participar del modo pragmático de ver los juegos de su creador. Divertir, no frustrar. Incluso el momento de mayor bloqueo se vivía distendidamente paseando por la Isla Mêlée y otros territorios marítimos igual de entrañables. Finalizar la primera parte, suponía una mezcla de emociones demasiado valiosa como para olvidarla años después. Un cierto orgullo, una nostalgia importante, y la descorazonadora obligación de volver al exterior.

De esta forma, el segundo episodio, ya como piratas y con la venganza de Lechuck rondando, nos dió tiempo después (siempre demasiado) la búsqueda del Big Whoop como excusa para devolvernos allá donde siempre quisimos quedarnos. Y de nuevo en ese mundo, entre reencuentros, con un guión más rico e hilarante repleto de situaciones absurdas que nos llevaban tan pronto a un clímax cómico como a un delirio de abstracción -sino a ambos a la vez, como en el baile onírico y "descarnado" de los padres de Guybrush- la experiencia devenía extraordinaria una vez más, haciéndonos discurrir hacia un final especialmente significativo del que tardaríamos en recuperarnos.

Ron Gilbert no estuvo presente en la tercera entrega de una serie que tras su abandono tendría dos episodios más, ambos en progresivo descenso. Con un cambio radical de apariencia, The Curse Of Monkey Island lograba mantener algo de lo vivido en un esfuerzo por emular la brillantez de Gilbert. En su declive, Escape From Monkey Island suprimió incluso el control tradicional por el uso del teclado en el que iba a convertirse en la decadencia de uno de los símbolos del videojuego.
Su grado de disconformidad con estos dos últimos capítulos se puso de manifiesto en su blog personal cuando en nochebuena del 2004 publicó una imagen de un billete de lotería bajo el rótulo Monkey Island 5. Ante las preguntas de sus lectores, explicó el mensaje: "If I win the lottery, I'll buy the rights to Monkey Island and make Monkey Island 5, which I will call Monkey Island 3a: The Secret Revealed or your Money Back" (Si ganase la lotería, compraría los derechos de Monkey Island y haría MI5, a que llamaría Monkey Island 3a: El secreto revelado o tu dinero de vuelta) .

Han pasado muchos años, ha habido muchos juegos. Quien ha seguido desde entonces poniéndose en la piel de otros personajes imaginarios, nunca se ha sentido igual de cómodo. Demasiado estrecho, demasiado holgado, pero nunca viste nada igual que la ropa del pirata. Nunca hay idéntico conglomerado de emociones. Ni la magia Zelda nos ha arrancado nunca tantas sonrisas ni carcajadas, ni el expeditivo e impertérrito Solid Snake nos ha hecho sentir jamás igual de héroes. Es por eso que Guybrush Threepwood es parte de una personalidad a la cual, quienes a él nos unimos, nunca podemos del todo renunciar. Por ello su nombre sirve para llamarnos a muchos de nosotros. Por eso muchos dejamos una parte nuestra en su mundo y somos conscientes que allí quedará para siempre, entre el clima tropical de sus playas, entre nuestros viejos amigos. Con la permanente sombra de un mal que se cierne sobre nosotros y al que siempre venceremos con arrojo y una amplia y agradecida sonrisa.



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