Con una distinta repercusión, los personajes del cómic llevan asomándose por el videojuego desde sus mismos orígenes. Puntuales excepciones aparte -como las entregas de Batman de Ocean Software-, en general cualquiera de sus licencias parecía aspirar como máximo a la mediocridad, y lejos de alcanzarla, en algunos casos personajes de la talla de Superman o Spiderman lograron convertirse en auténticos hitos de lo que podríamos llamar bodrios absolutos, con el Hombre de Acero como presencia destacada en esa categoría (sin un solo juego que le haya permitido quitarse la mácula), con Spiderman abochornando desde su versión Atari en lo que fue su punto más bajo antes de distintas mediocridades que no dieron con algo decente prácticamente hasta la generación Playstation.

Ahora bien, Silver Surfer también logró posicionarse destacando en varias clasificaciones sin ser un despropósito. Lo hizo en su lugar con un juego de aspecto aseado que igual que Forgotten Worlds cambiaba nave espacial por personaje, y que incluso era recordado por su banda sonora. Eso sí, no era esta ni sus demás cualidades lo que hacían que optara a lo más alto de varios podios: su jugabilidad de dificultad endiablada lo convirtió en candidato a uno de los títulos más complejos de quienes se hicieron con él para la clásica NES.

Curiosidades como que Mister Siniestro aparentase ser el jefe final para luego mostrar a uno sin relación alguna (algo que apreciarían únicamente quienes hicieran uso de alguno de los trucos existentes: entendemos por la vía normal no era ni sano avanzar) o la posibilidad de elegir nivel entre fases al estilo Megaman, no impedían que la gente se diera de bruces con un planteamiento en que no sólo la dificultad crecía porque una colisión con enemigo o bala costaba una vida, sino que frente a otros títulos del género, nuestro protagonista lucía un tamaño excesivamente grande para poder escurrirse entre el repertorio de peligros que el scroll iba mostrando, algunos con movimientos incomprensibles, otros exigiendo demasiados disparos para ser aniquilados. La carencia del suficiente número de checkpoints y los consiguientes reinicios de fase desquiciaron a más de uno en aquellos tiempos en que los superhéroes en pantalla parecían muy poco superheroicos.

Con todo, el juego tenía su encanto, escasa razón para intentarlo vez tras vez para poner a prueba una paciencia maltratada en aquellos años. Ni que decir tiene que hoy difícilmente merezca más de 2 minutos, empleados mayoritariamente en escuchar las melodías iniciales.