Con ello, entre fases pintando, cortando, golpeando, disparando etcétera, de pronto deberemos acercarnos sin descanso al micro a dejarnos todo el aire de nuestros pulmones para que proporcionalmente a nuestros soplidos se supere el reto en cuestión (generalmente llevar determinado objeto a determinado punto de altura venciendo gracias a nuestros soplidos a la ley de la gravedad).
Si la originalidad en el manejo es una de las aportaciones clave para que uno no pueda dejar de sentirse fascinado por este nuevo Wario, el diseño de fases, su sucesión, su forma alocada de disponerse conservando un progreso de tal forma que inicialmente nos adaptemos a sus pantallas y progresivamente comience a subir el nivel, tiene en su evolución un punto álgido que pone de manifiesto el sobreesfuerzo imaginativo para reunir tantos retos diversos, con tanto humor, y con diseños tan acoplados a las circunstancias, siempre desenfadados y singulares.
Sus sonidos y gráficos en este pastiche venerable han logrado identificarse tanto como su jugabilidad en lo que es el punto más alto en la revolución del videojuego y lejos de mantenerse en el carácter precursor de su primera entrega, ha encontrado en Nintendo DS su lugar en que crecer hasta lo más alto. Mención final destacada para dos detalles. Por un lado los minijuegos/utilidades que se van recibiendo a medida que superamos fases y que podemos guardar en nuestro almacén, que van desde un pequeño piano a tocar (de nuevo literalmente), un juguete para hacer bolas de jabón o un pin pon para dos jugadores desde la misma consola, por citar algún ejemplo.
Y en segundo lugar, de entre sus fases vuelve a cobrar importancia propia, y de nuevo elevada respecto a su predecesor, la fase “Nintendo”, en que los retos toman como escenario juegos clásicos de toda la vida, incluyendo Zeldas, Marios , Donkey Kong, o el propio Wario Ware de Game Boy Advance. Sin duda para muchos será la fase preferida a la que volverán una y otra vez.