Volviendo a ese inicio, nos movemos integrándonos en el lugar en el que combatimos, con un singular cruce de modernidad y tradición oriental propio de las ciudades cosmopolitas de oriente. Todo presenta un aspecto colorista y rematado, y mientras vamos comprobando como varios elementos del decorado explosionan en contacto con el fuego gruzado (también cabe fuego 'amigo', aunque afortunadamente por lo fácil de la confusión no resulta determinante), somos conscientes del pulso que tienen las partidas en PS.
Ayuda lo descrito del escenario en la inmersión, pero eso es sólo el principio. Caminando subrepticiamente por los interiores de algún edificio, recorriendo en diversos vehículos entre el fragor de la pólvora parkings de varias plantas, o en mitad de explosiones de una noche lluviosa (por citar algunas situaciones) observar cómo repentinamente aparecen nuevos retos a los que podemos enfrentarnos de varias formas, nos obligan a superar cada una de sus misiones. A ello ayuda una dificultad no muy elevada inicialmente en la que las subidas de listón se corresponden a una mayor adrenalina y concentración de armamento que nos ayuda a afrontarlas.
Hay algo desde sus inicios, en las breves escenas automatizadas (en las que ocasionalmente podemos girar nuestro punto de vista dando interactividad) en el modo de enfoque, en el planteamiento y el guión que va rematando escenas in crescendo, que recuerda a los Time Crisis de Namco. A ese juicio ayuda el estilo de máquina recreativa del apartado sonoro o cómo se van presentando los objetivos con dinamismo efectista que acaba por dar la sensación de que podría ser la forma de romper los límites que aquel imponía: aquí podemos desplazarnos con mucha soltura mientras hacemos lo posible por mantener el control.
A estas alturas el resultado empieza a parecer excepcional. Killzone enganchaba... ¿pero tanto?