En cualquier género que se precie, es habitual contar con un mínimo de representantes que agrupen tendencias, y que con frecuencia acaba haciendo destacar a dos títulos como representativos. Los encierra en una competencia por lograr el máximo número de seguidores con sus características propias. Podríamos citar a Pro Evolution y Fifa en fútbol por ser uno de los casos más destacados, o a Resident Evil y Silent Hill en los Survival, o incluso a Metal Gear y Splinter Cell en acción táctica, aunque en algunos de estos casos la diferencia pueda resultar evidente. Pero el caso es que ésta dicotomía se reproduce desde muchos años atrás en el videojuego, donde sus primeros iconos en 16 bits fueron Sonic y Mario en plataformas, mientras en las escuelas de matamarcianos se formaron duos tipo Gradius y R-Type en una de tantas disputas. Y puestos a nombrar, volviendo al fútbol es difícilmente olvidable la que se libró entre Sensible Soccer y Kick Off.
La razón de iniciar una crítica sobre Gran Turismo hablando de estas dualidades se basa en un motivo claro, el que pareció servir de génesis de su primer lanzamiento: barrer totalmente a la competencia. Y visto lo visto, podría concluirse que sólo sus escasas y lentas apariciones, mientras los rivales sacan títulos anualmente, deben permitir la supervivencia de estos. Que el mejor argumento de todos aquellos que siguen lanzando programas de conducción emblemáticos, especialmente compañías como Codemasters, es ser capaces de hacer algo bueno (o muy bueno) a pesar de GT, aunque difícilmente pueda venderse igual estos días. La llegada del nuevo Gran Turismo pone una realidad que se suponía nuevamente de manifiesto: su ambiciosa y casi arrogante puesta en escena lo coloca en un lugar inatacable, en una referencia inexcusable que demuestra que en algunas ocasiones, el precio de 60 €uros por un juego está más que justificado.