Hay otros mundos, pero todos están en este. Una afirmación como esta es especialmente tangible cuando fenómenos como The Fast and The Furious sacan de las cavernas a los seguidores del tunning para inundar centros comerciales con sus vehículos, tan recauchutados como lo puedan parecer los brazos de sus conductores o los atributos de sus neumáticas acompañantes.
La cuestión es que funciona. La saga rinde hasta el punto de anunciar sus continuaciones de forma prácticamente coincidente con sus estrenos, que al alcanzar cifras de vértigo aseguran que la rentabilidad del fenómeno se mantiene. Todo a pesar de que en la última época su audiencia natural, dependiente mayoritariamente de trabajos no cualificados relacionados en muchos casos con la construcción, no tenga ya para pagarse la gasolina (pero sí para las entradas del cine).
Tal enfoque ha calado hondo en una de las compañías del videojuego que peor lleva la transición a los nuevos tiempos. En Electronic Arts, calificada en una reciente encuesta on-line como la peor compañía americana (curiosamente era su primera incursión en la encuesta, pero ha arrasado), creen que un nombre de la veteranía y el peso de Need for Speed puede adentrarse en el género 'mascachapas al volante'. Los hermanos George y John Gatins estarían ya dándole al guión (o como se llame en estos casos lo que usan para orientar las escenas de videoclip apelando a la testosterona) y Warner Bros., Sony y Paramount estarían entre las candidatas a llevarse el gato al agua.
Recientemente, bajo el subtítulo The Run, Need For Speed publicó su entrega decimoctava en videojuego. Habrá que ver cuántas alcanza en el cine.