El mapeado de cada pantalla incluye una estancia desde la cual partimos y en la que disponemos el botiquín para recargar nuestra energía, y un punto de compra (y venta) de armamento para los momentos en que vayamos necesitándolo. Pero clasificando a nuestros oponentes entre aquellos secundarios que noqueamos de forma directa, el espía rival al que deberemos golpear con alguna práctica más elaborada, y por último el posible final boss con barra de energía, estos son sólo una parte del problema.
La otra se ha traducido en una combinación de plataformas y puzzles, dando un resultado que permite llegar a distintas edades.
Las plataformas se desarrollan en ocasiones de forma tradicional (incluyendo lasers a esquivar, plataformas con tiempo tras su activación) y en otras como parte de la filosofía puzzle que nos obligará a pensar qué sucede en la pantalla, por qué no se abre debidamente la salida.
Con ello no es difícil en absoluto quedarse enganchado, condenado a dar vueltas en busca de la clave que resuelva ese enigma concreto.
Aunque afortunadamente para alternar, hay añadidos como los retos en modo clásico y moderno, que nos meten en enfrentamientos ‘espía contra espía’, y al más puro estilo Quake, enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los distintos espías, dejándonos de sutilezas, búsquedas y saltos medidos para ir a bocajarro a por la supervivencia (y todos ellos beneficiándose de las posibilidades de juego on-line).
El global queda pues marcado por un precio demasiado tentador, apenas 20 euros por un humor absurdo y exagerado velado por el recuerdo nostálgico que dan sus dos protagonistas, dos caricaturas tan cafres y rastreras que hacen que sea difícil no sentir simpatía por ellas.