Poli bueno, poli malo
Dejando a un lado un apartado técnico dominado en todo caso por el mérito de recrear Manhattan con tanta vistosidad y rodeado por una banda sonora perfectamente acoplada (y con un buen doblaje aunque en versión original), la sucesión de misiones de TC encuentra su único reproche en la reincidencia previa, y en esa molesta comparación con la referencia de siempre (algo que al parecer también se reprocha en este número a Konami). Si se le analizara de forma aislada, sin esa sensación de haber hecho cosas mucho más “fuertes”, retorcidas y con un permanente asombro ante la arbitrariedad y el azar del mundo en que nos encontramos (lo que pasa con GTA) no estaría aquí obligándonos a pensar en reincidencia si no apreciando la gran puesta en escena y cómo se nos lleva a Nueva York para imponer la justicia en sus calles.
El aliciente de optar por unas u otras acciones va además determinando nuestro ascenso en el cuerpo y el grado de dejadez que la ciudad comenzará a reflejar, inundándose de graffitis y desorden si no optamos por elegir el camino correcto y queremos hacer fortuna. Esta, nos servirá para hacernos con mejores coches, mejores armas y en general ponernos las cosas fáciles.
Una de las cosas reseñables es que los descritos controles, a pesar de su complejidad sí tienen varios aciertos. El manejo del armamento, la opción entre un disparo que pasa de un objetivo al más próximo de forma automática y otro que nos permite combinar con un afinado que corre de nuestra cuenta, hace que las escenas de acción –como las del inicio del juego– sean tramos muy bien llevados. Puede que en ese sentido el primer corte de instrucción y las primeras misiones estén demasiado jalonadas de acciones a aprender, de cómo detener, de cómo registrar y de cómo desenvolvernos por la ciudad. Pero con todo, el principal activo del juego sigue siendo el que le sirve de subtítulo, Nueva York, que por instantes parece más cerca que nunca.