El viaje resulta embriagador. Alarga el juego, nos conduce a una búsqueda incansable del siguiente objetivo a abatir, y aumenta todavía más nuestra sensación de soledad.
A lomos de Agro, iremos en su búsqueda reocorriendo un vastísimo escenario aislado del resto del mundo, que cuenta con bosques, valles, desiertos, montañas escarpadas, antiguas ciudades, templos en ruinas, extrañas fortificaciones e incluso coliseos. Nos acompañará únicamente el crepitar de nuestra espada cuando señala la posición de los colosos, y el sonido de los cascos del corcel al galopar.
El viaje resulta embriagador. Alarga el juego, nos conduce a una búsqueda incansable del siguiente objetivo a abatir, y aumenta todavía más nuestra sensación de soledad.
El efecto de las imágenes distorsionadas de fondo es inigualable, como lo es también la sensación de panorámica cinematográfica cuando rotamos la cámara a nuestro alrededor.
Pero estos encuadres abiertos solo durarán durante nuestros viajes: a la hora de enfrentarnos a un coloso, la pantalla se desborda con la aparición inmensa mole con la que debemos combatir. David y Goliat. Nos volvemos minúsculos, débiles, diminutos. Arrancan los acordes de la banda sonora mientras espoleamos a Agro, y nos lanzamos a una carga desesperada.
A vista de hormiga
Los combates son el sustento de Shadow of the Colossus. Cada uno de los enfrentamientos que se suceden durante la historia es un rompecabezas a resolver. Cada coloso cuenta con puntos débiles que debemos alcanzar para derribar a las bestias. Y no siempre será fácil llegar hasta ellos. La estrategia para atacarles dependerá de su naturaleza: los hay bípedos, cuadrúpedos, reptantes, voladores, marinos... y de diferentes estaturas, desde el tamaño de un toro gigante hasta varios centenares de metros de largo.
Todos ellos son extraños, no pertenecen a este mundo. Recuerdan a diferentes animales, pero están cubiertos de rocas, armaduras, piel y cuernos. ¿Son biológicos o mecánicos?
Pero eso no nos detiene. Para hacerles frente contamos con una espada, un arco, nuestras propias manos y unos pocos movimientos: salto, agarre, flechazo, voltereta y estocada. No hay combinaciones ni movimientos especiales. Pero a ras de suelo, todo nos será inútil. De hecho, el verdadero combate no tiene lugar para nosotros mientras estemos a merced de los colosos en el suelo, esquivando sus embistes, sino cuando nos posemos sobre el cuerpo de uno de ellos.