Durante un tiempo, viendo la mácula que supuso intentar en Nintendo 64 las 3D sin éxito, se llegó a creer que Castlevania estaría siempre anclado en las dos dimesiones. Aún así, la versión anterior de Ps2 ya demostró que esa idea quedaba en el olvido con una realización que superaba los primeros problemas de enfoque a la hora de plantear plataformas. Ciñiéndose a lo que se podía ofrecer técnicamente –y que ya era mucho– y a lo que los usuarios más deseaban, permitió que su aspecto más clásico quedara aparcado para sus entregas en portátil. Ahí, con entregas como Circle Of The Moon y Aria of Sorrow y el reciente versionado para DS se alarga la sombra del que seguirá sonando siempre como referencia –Symphony of the night- y que obliga a su cita en todo artículo que hable de los Vampire Killer.
Este capítulo, en que nos enfrentamos una vez más a algo sobradamente conocido –y que dificulta mucho a atender quienes somos ahora, con qué vinculación con los Belmont (si no vamos por libre), y qué ha pasado ahora para que resucite el Vampiro Jefe– ha sido tildado desde algunos frentes como un producto del agotamiento que no ha recibido todas las atenciones necesarias para ser lo que la saga merece. Y es sorprendente. Porque si un juego con esta atmósfera, con este aspecto elegante –sí, y austero– al que se le une el deseo de añadir nuevos alicientes queda recluido por aspectos técnicos que no sean punteros, es que no se ha entendido que hasta hace poco y como antes se comentaba, sus seguidores estaban dispuestos a renunciar a evoluciones y a mantenerlo en dos dimensiones, con tal de seguir reventando candelabros y buscando cruces y “corazones” para lidiar batallas finales.
Es cierto que en muchos sentidos Castlevania se enfrenta a una sensación de que la apoteosis ha de llegar, al menos subiendo un nuevo peldaño en algunos apartados, y que técnicamente con nombres como God Of War se ha creído que Ps2 sí podía servir. Pero, la calidad interna del producto, su capacidad para reenganchar a quienes tantas veces han pasado por sus estancias en búsqueda de lo de siempre, sigue intacta, y a la hora de ponernos cara a cara con los final bosses de turno, el lucimiento sí encuentra un sitio y lo hace con enemigosde proporciones pocas veces vistas.