Uno de los mayores dramas de Sensible se encuentra en su dificultad para hacerse entender, para llegar al público y que este comprenda con qué se están enfrentando.
El aficionado al videojuego de fútbol probablemente lo tendrá ya demasiado claro: su juego es el Pro Evolution / FIFA, y su apertura a nuevas experiencias se limita a la próxima entrega de cualquiera de estas sagas. La opción no puede ser más racional. En lo que se refiere al título de Konami, llevan ya muchos años dedicándose a pulir un producto que ha elevado al género a unas cotas de realización técnica y realismo adictivo que difícilmente nunca nadie podrá alcanzar. Tan sólo se trata de ir rematando flecos progresivamente, administrando así sus importantes ventas en cada una de sus citas anuales.
Ahora bien, un juego basado en el deporte rey puede ser algo más. Puede ser irreal o paródico, como Animal Soccer, o un experimento futurista como el veterano Speedball, ejemplos radicalizados de lo que puede ser un intento de divertir sin sujetarse a la literalidad de las reglas de la física, sin buscar el mayor pulido gráfico o la mayor de las bases de datos (y no nos referimos al tema del audio y comentarios al partido, ya que ahí en apariencia no hay nada que hacer).
Lo curioso es que estos argumentos se esgriman en defensa de Sensible Soccer, cuando hablamos de uno de los títulos más revolucionarios en el fútbol a principios de los 90 y que destacó precisamente por la incorporación de una física entendida entonces como real, con aspectos técnicos anteriormente poco tratados y un conjunto de opciones que destacaba tanto como destaca hoy su escasez al haber intentado mantener su esquema (algo que agradecerán quienes quieran rememorar la experiencia y lanzarse a algo más directo).
El caso es que uno de los mayores dramas de Sensible se encuentra en su dificultad para hacerse entender, para llegar al público y para que este comprenda con qué se están enfrentando ante el desconocimiento de su naturaleza de clásico.