Un día sí, otro también, amanecemos con una vieja gloria enjaulada en la Advance. Esta vez, siguiendo con la serie Super Mario Advance, le toca turno a uno de los más esperados.
El mundo de Yoshi's Island, ya cabe en el bolsillo.
Será por ese diseño incomparable, por esos trazos de garabato coloristas, por ese aire de mágico cuento feliz, o por un sistema de juego propio no olvidado.
El caso es que en esta ocasión, el regreso es de los que apetecen. Alguna queja expresada a su versión precedente -que en todo caso no deja de ser uno de los mejores plataformas, y títulos recomendados-, alguna a la de otro venidero ya comentado (el Super G'n'g de Capcom), pero este es de aquellos a los que pocos peros pueden ponerse.
Empecemos por ellos, no obstante. Si en el año 95 tenías una Super Nintendo, te gustaban las plataformas y tenías algo de sentido común, tenías el Yoshi's Island. Si lo tenías, es fácil deducir que fuiste uno de los muchos jugadores que lo explotaron recorriendo cada alegre rincón y que gozó como suele hacerse con todas las aventuras de Mario.
También es fácil deducir que ahora, 7 años después, con Mario reinando poderoso en Gamecube, los jugones supérstites de aquella época, no estarán excesivamente interesados en repetir andanzas a lomos de Yoshi. Pero bueno, como en esta ocasión soy de los que han disfrutado haciéndolo, todo lo que viene en estas líneas ha de ser un emocionado halago para el tercer episodio de refritos Mario.
It's Me... ¿Yoshi?]
Mascota de Mario a cuyos lomos debutara en la citada versión precedente (precedente tanto en las entregas GBA, como en su momento en SNES), resulta que realmente se conocieron mucho antes de lo que creíamos. Siendo Mario todavía un bebé en posesión fiduciaria de la cigüeña, mientras surcaba los cielos acompañado de su hermano Luigi, Kamek, un Magikoopa del Reino Koopa (donde certeramente se habían pronosticado los males que Mario causaría a los viles miembros de la familia) rapta a sendos retoños. Pero curiosamente, uno se libra de sus garras, aterrizando a salvo en tierra de Yoshis.
Impertérrito el renacuajo, con la ayuda de estos entrañables amigos -y por turnos, pues guiamos a uno distinto en cada pantalla- se inicia el rescate de Luigi por un mundo de aspecto que parece dibujado por un artista de guardería.
Queda claro pues, que a quien se maneja verdaderamente en esta entrega es a Yoshi. Mario se limita a salir volando cuando el animalillo sufre algún ataque, debiendo entonces recogerlo de nuevo antes de que el tiempo máximo -y variable- que tiene este de flotar por los aires se agote.
El sistema de juego, salvando esta importante diferencia, es el habitual en la mayoría de sus rasgos. Divertidos enemigos con distintas propiedades y que van presentándose en el devenir de las pantallas, una dificultad que no debería parar a nadie (de hecho en la segunda o tercera pantalla es normal contar con más de 10 vidas) y niveles en los que hay que usar un poco más la imaginación, y otros en los que hay que ser más habil para no perecer víctima de un scroll imparable que nos deja fuera de plano.
A las típicas tuberías, interruptores y llaves, se les unen nuevos elementos a escena, como nubes aladas a las que deberemos impactar con un huevo, flores especiales... sí claro, y los huevos, resultados de la digestión de Yoshi al ingerir ciertos animales. Con ellos podemos apuntar a cualquier objeto que haya en la pantalla, y dependiendo del lugar de colisión -y en ciertos casos de su color- los efectos serán unos u otros.
Aparte de la posibilidad de sufrir ciertas transformaciones -típico elemento desarrollado en las aventuras de Wario- según lo que haya ingerido Yoshi también podrá escupir pepitas, fuego o hielo. Aunque esto sea en la mayoría de los casos para lidiar enemigos pequeños, los grandes, cada 3 pantallas tendrán cada uno su propio procedimiento de batalla, con su inevitable punto flaco.
Con todo, por opciones, aspecto gráfico y diversión/jugabilidad, es un título casi obligado salvo para los que ya cumplieron con este deber hace muchos años. Y eso si no quieren volver a caer, aunque esta vez sea facultativamente.