La victoria no será fácil. Habituados como estamos a adquirir Colas de Fénix y restaurar a todo el equipo en segundos, pronto la fantasía se torna terrible pesadilla al hacerse patente la realidad de los primeros títulos con el honor de portar el sello de Square: no todos los objetos están disponibles en las tiendas. El desarrollo de personajes tiene aquí su papel fundamental, traducido en entrenamiento y combates aleatorios. De nuevo, nada muy diferente a todo lo que ya hemos jugado, y la dificultad se mantiene siempre en niveles respetables sin agobiar al jugador. Los niveles de experiencia, en todo caso, no son los únicos que determinan nuestro crecimiento: para que el método funcione y los enemigos sucumban a nuestros pies tendremos que echar mano del sistema de trabajos, una versión mejorada del sistema de evolución de personajes desarrollado en el primer FF de 1987. Si en aquel entonces los oficios a escoger eran tan solo seis (ladrón, guerrero, monje, y mago negro, blanco y rojo), el número aumenta hasta los 22 en esta tercera parte, con profesiones tan conocidas para los aficionados de hoy como Invocador, Caballero oscuro o Dragontino. Cada una de ellas limitará el armamento disponible, pero obsequiará con nuevas características a su practicante: desde el dominio de las distintas magias (aunque tendremos que adquirirlas por separado, cual si fuesen materias pioneras), al uso de habilidades de combate especiales. Y, por descontado, proporcionará un nuevo vestuario para el personaje en cuestión.
Un gran mundo en una pequeña pantalla
Los gráficos vectoriales de FF III brindan un universo inmenso e inundado de agua que se opone a las tres pulgadas de la portátil de Nintendo. El elemento táctil se reduce al uso de diferentes menús con el stylus y a la posibilidad de controlar el movimiento de los personajes: es en la dualidad de pantallas donde sí se percibe una adaptación, aunque no resulta un despligue exhaustivo. Durante los trayectos por el campo, un mapa se despliega en la parte superior. Los inventarios desplazan la pantalla de juego cuando se activan debajo. Y gracias por venir.
El estilo ‘superdeformed’ característico de la compañía se adueña de los personajes para ofrecernos un entorno 3D sobre planos que antes eran bidimensionales. Bonitos paisajes y mapeados funcionales para desplazarse por el mundo son la tónica habitual, a destacar la opción de hacer zoom sobre los escenarios para descubrir elementos ocultos en ellos. Pero, por lo general, pocas innovaciones que ofrecer para un proceso ya ritual: despliegue súbito de escenario de batalla, selección entre los distintos ataques y fanfarria de victoria con reparto de guiles y aumento de niveles. Hasta los efectos de sonido son perpetuos. El cambio provoca dudas; Final Fantasy, no. Por eso sigue siendo adorado hasta la extenuación. Como guinda final, un Nobou Uematsu de antes de su marcha de Square-Enix es quien firma la banda sonora, maestra y universal, planteada ya en tantos títulos que resulta imposible de disociar de la franquicia.
Final Fantasy III se presenta así como el título de rol más destacado para Nintendo DS hasta la fecha, por encima de propuestas como Children of Mana, de la misma casa. A pesar de no contar con una historia tan compleja como aquel, el encanto, la sencillez y la duración de FF le otorgan un bien merecido primer puesto... al menos, hasta que arriben a nuestras costas títulos de un género Tactics estratégico más asentado, que hasta ahora solo tiene cabida en DS dentro de Advance Wars Duel Strikes. Sin duda, y a pesar de no enmarcarse dentro de los RPG como los más puristas los consideran, Revenant Wings y el recientemente anticipado Disgaea DS serán, entre otros, auténticos bastiones del género. Pero mientras tanto, los clásicos resucitan y llenan de vida, como una Poción milagrosa, a una consola que todavía tiene mucho que ofrecer y pocas oportunidades de hacerlo.