Posiblemente sea por que las señas de identidad de God Of War estaban muy claras, la continuación ha logrado mantener el tipo. De hecho, si entonces se evitaba en todo momento que el usuario perdiese atención gracias a su acción desenfrenada, su argumento apabullante y unos escenarios asombrosos desde la primera toma de contacto (y te enganchaba durante un largo número de horas sin síntomas de cansancio) lo mismo podría aplicarse a una continuación si se cuidaban los detalles. Cosa que se ha hecho.
Divine Retribution se inicia con Kratos ejerciendo de Dios atípico. Divinidad de la guerra, su condición le impide quedarse cruzado de brazos gozando de las glorias del Olimpo. Despreciado por ello por el resto de sus compañeros, su lealtad a la causa espartana y su intervención le acaban saliendo cara, más cuando su arrogancia le aleja de la protección de Atenea.
De acuerdo con sus rasgos de videojuego de acción directa, la introducción, espectacular y breve nos pone pronto en los mandos de un luchador imbatible. Ahí empezamos combatiendo con el amplio arsenal de poderes que habíamos ido conquistando progresivamente en la entrega anterior y que nos abandonará muy pronto. La ruptura estructural es evidente pues, la acción inicialmente es demasiado elevada, a modo de clímax y con un aire por tanto a desenlace. El show arrollador se sigue componiendo por enemigos espectaculares en una decoración tan magnífica que uno no deja de preguntarse por qué no un poco más de resolución para una entrega en Ps3. Debe de ser que para cuando esta llegue se establecerá un nuevo motor gráfico lejos de las cámaras precalculadas y que lucen a la perfección en Ps2 gracias a un dinamismo muy estudiado, y a que quería llevarse a esta consola y al engine a su máximo límite. En cualquier caso, si el espectáculo empieza fuerte y la acción va a la par, lo que sigue siendo digno de elogio es que a pesar de tan alto punto de partida, puede seguir in crescendo.
Kratos todopoderoso
Muy pronto recuperamos la complicidad con Kratos, nos hacemos a sus movimientos y vamos observando los añadidos que se han realizado y que incrementaremos progresivamente. Para evitar la desesperación de combatir nuevamente sin armas y volver a rearmarnos desde cero, se ha optado por una nueva forma de hacer las cosas: forzar los poderes mitológicos con nuevas armas espectaculares y que se integran en nuestra combinación de movimientos a la perfección (si bien el método establecido de ir fortaleciendo las armas sigue presente).
El combate es desde luego otra de las señas de identidad que hacen de este un título ganador. El simple hecho de movernos y golpear a los enemigos reviste una agilidad y espectacularidad que se hace terriblemente agradable. Se incrementa con su violencia, la enunciación de combos y su falta de pudor para recrearse en su contundencia que nos inyecta su furia.
Esa base que ya era importante, se ha pulido y se ha elevado algunos puntos. Golpear y protegerse no sólo es algo más fino, es que gracias a nuevos poderes como “La Furia de los Titanes”, habrá momentos de un desenfreno arrollador.