[Y entonces llegó Wii]
Podríamos seguir admirando sus decorados, la forma de transcurrir la trama o las distintas escenas que siguen sacando a relucir todos nuestros miedos y que dan con momentos que se nos quedan grabados (ya de noche y bajo la lluvia, con una manada de seres errantes portando antorchas... o en una suerte de castillo/monasterio con monjes cuyos susurros reiterativos podrían enloquecernos) pero tratándose de un título que ya cuenta con años de vida y que incluso llegó a pasar por otro soporte después como hemos apuntado en una conversión, los aspectos del análisis deberían ser otros: posibles mejoras y qué supone el cambio.
En cuanto a lo primero, Wii nos tiene acostumbrados a esa molesta sensación de que a la luz de lo que ven nuestros ojos el tiempo no ha pasado. En tiempos de pantallas de alta definición y numerosas pulgadas algunos de sus programas van por debajo de lo que deberían ser unos mínimos para consolas de nueva generación, más cuando comparamos con cualquier título de Xbox360 o la tercera playstation. Pero entonces llegan sus controles, y lo cambian todo.
En ese sentido, el uso de Wiimote y nunchuk suponen alicientes importantes. Apuntar con uno y movernos con otro hacen entender por qué, más allá de la calidad de un producto que merecería reeditarse (pero viendo sus niveles técnicos valía la edición Gamecube, que es compatible) se ha decidido traerle de vuelta: en unos enfrentamientos tan intensos añadirle un elemento de mayor subjetividad como es la interactividad de los controles de la consola de Nintendo es una importante aportación. Machacar a los rivales dirigiendo nuestro punto de mira a uno u otro lugar (más con un despliegue de armas y formas de lucha tan admirable como el de esta entrega, que incluye armas de francotirador entre su amplio arsenal) o coserlos a cuchillazos cuando ante nuestro pánico nos hayamos quedado sin balas moviendo nuestro mando (por no hablar de las escenas en que movimientos concretos resultan decisivos) son un potente añadido repleto de atractivo y especialmente bien recibido para aquellos que, por el motivo que fueran, tuvieron la desfachatez de no jugar en su primera edición.
No obstante y a pesar de que uno acaba haciéndose a los controles tras las primeras angustias que aumentan nuestro ritmo cardíaco, habría estado bien pulir algunos detalles (y no volvemos a lo visual, aunque ahí también se podía haber intentado algo). Desplazarnos lateralmente habría sido una incorporación importante, algo presente en cualquier FPS y si bien este no lo era originalmente se ha potenciado ese aspecto y por tanto habría resultado útil. Luego hay momentos en que, notándose el origen del juego podremos acabar tapados por nuestro propio personaje o el decorado cuando deberíamos estar atendiendo a esos seres horribles que vienen hacia nosotros con dudosas intenciones. Vale que son momentos puntuales y que se soluciona pronto redirigiendo nuestro punto de vista (y vale, todo sea dicho, que las intenciones no son dudosas: está bastante claro) pero también es cierto que habría sido uno de los elementos importantes para rematar la conversión.
En todo caso los usuarios de Wii que no tengan problemas de corazón y más en el caso de no haber pasado ya por la aventura de RE IV –momento en que pasa a ser una obligación– tienen en este un reclamo lo suficientemente poderoso como para atender sólo a sus numerosos puntos a favor. El género de terror sigue perfectamente representado por RE y sólo queda desear que la quinta parte presentada recientemente y a la que todavía le queda un tiempo para llegar a nuestras consolas sea fiel al espíritu de calidad que inspiró la que ahora nos ocupa.