El juego explota este punto de tal modo que uno de los botones en el mando sirve explícitamente para arrojarnos de la motocicleta en marcha: podremos alcanzar así (o más bien estamparnos contra) algunas dianas repartidas por el escenario, inaccesibles de otra manera. Sería un juego que Dirección General de Tráfico no dudaría en subvencionar bajo otras circunstancias. Pero es precisamente la violencia sin sentido la que otorga puntos a un título que, sin ella, no tendría nada que ofrecer: por la misma razón que Humor Amarillo sigue haciendo gracia, y Death Proof no puede evitar que te rías a pesar de su aspecto más sangriento, Crusty Demons alberga un humor negro detrás de un sucédaneo de Tony Hawk, salvo que en esta ocasión las acrobacias van a motor.
Los frenos son para nenas
A nivel de jugabilidad, el control es francamente evidente. Dirección, acelerador, y un freno en funciones para determinadas misiones y totalmente inútil en los arranques de salvajismo sobre ruedas. Apenas un par de botones son los que permiten hacer las maniobras acrobáticas en el aire, y un disparador de velocidad turbo completa el reparto básico. Pero un título con la premisa de superar misiones independientes en grandes escenarios a base de acumular puntos y alcanzar ítems no requiere mucha más complicación ni originalidad.
Gráficamente, el juego no sobresale, pero toca destacar la eficacia de la cámara, salvo en los entornos más cerrados y tortuosos (que, por desgracia, son una constante en algún que otro nivel). La sencillez de los polígonos permite una gran fluidez, que aún así deja entrever alguna caída de frames, al menos en la versión de prensa que a día de hoy hemos probado.
¿Y qué nos queda? Más allá de las fases por descubrir y las misiones a superar, tenemos más de 38 vehículos desbloqueables (entre ellos, alguno tan absurdo como el carrito de los helados), una opción Freeride para explorar las zonas y un modo multijugador sin muchas más pretensiones. Crusty Demons presenta un planteamiento formidable, alejado de otros títulos de motocross y con una idea más semblante a juegos como Crashed o Burnout. Pero, ¿es realmente un acierto? Crusty Demons resulta entretenido durante las primeras horas, pero la consecución de una misión tras otra sin un hilo conector, la repetición de las maniobras y la monotonía de una constante en los accidentes que puede acabar haciéndose pesada le restan puntos a un título que apuntaba mucho más alto. ¿Dónde está Demolition Derby cuando lo necesitas?