Este método de juego no lineal llega hasta el punto de que para hacernos con las Esmeraldas del Caos, que habitualmente podían ser obtenidas con un determinado número de anillos o al superar algún juego, tendremos que ir en busca de Jonnhy, un piloto de lancha con malas pulgas que se esconde en siete puntos distintos del mapeado. Y solo podemos hacer una cosa para encontrarle: no dejar ni un rastro de mar por explorar, lo que nos puede llevar varias horas de juego. Y otro tanto sucede con las siete Sol Emmeralds, solo disponibles al enfrentarte por segunda vez a los jefes finales, junto a las más de cien misiones extra, el modo contrarreloj, y decenas de ítems desbloqueables que rematan el cartucho.
Los gráficos no sorprenden a nadie, en la línea de DS y caracterizados con la velocidad sin tregua de Sonic. Escenarios repletos de color, multizona como siempre (con distintos caminos para llegar al final, aunque en alguno que otro se observa un recorrido más simple), y con más aplicaciones para la táctil que nunca, amén de un abandono progresivo de un cell-shading más pixelado a unas líneas más suaves. La banda sonora destaca en algunos apartados (la melodía de cabecera es realmente pegadiza), y junto a los efectos clásicos, como el perpetuo tintineo de los anillos, conforman una fusión perfecta entre lo clásico y lo actual. Un Sonic que se ha sabido acoplar a los tiempos modernos, y que todavía dará mucho que hablar en esta generación de consolas, com títulos como Sonic Riders: Zero Gravity, o el RPG que están preparando para la portátil de Nintendo. Llegan buenos tiempos, Sega...