Es aquí en las alturas donde Assassin’s Creed muestra su mejor cara, consiguiendo un nivel de interacción con el entorno cuya eficacia resulta impresionante. Como si estuviéramos practicando Parkour, podemos utilizar cualquier saliente, ventana, rejas, muro o tablón para acceder a la parte superior de la ciudad. Gracias a su agilidad realizaremos saltos imposibles, escalaremos torres e imponentes catedrales o salvaremos nuestra vida en el último momento gracias a un oportuno saliente.
El fantástico diseño de los escenarios no solo entra por los ojos visualmente, sino que permite un nivel de interacción entre Altair y su entorno perfectamente sincronizado, con una detección de colisiones que logra que todo encaje sin ningún problema. Se da así rienda suelta a todo tipo de locuras acrobáticas que consiguen crear el vértigo en el jugador, algo que se aprecia desde la primera vez que subimos a una atalaya para realizar un salto de fe, una más de las intensas emociones que proporciona la experiencia de juego (de hecho encontrar y subir a todas las atalayas no solo nos permitirá descubrir objetivos importantes, sino contemplar unas vistas maravillosas que desvelan un espectáculo gráfico pocas veces visto).
Be templario my friend
La fantástica iluminación de la que hace gala no conseguirá cegarnos lo suficiente para esconder sus virtudes. No sabemos si la conocida productora de Assassin's, Jade Raymon tiene una máquina del tiempo, ni tampoco tenemos los planos de Acre, Jerusalén o Damasco durante las cruzadas, pero nunca hemos visto una recreación tan detallada y creíble de unas ciudades medievales. Si desde las alturas la vista nos impresiona andar entre la muchedumbre mientras callejeamos no tiene precio.
La arquitectura de las ciudades y el detalle con el que han sido creadas es para quitarse el sombrero por suvariedad de casas, torreones, plazas o callejones, que convierte en una experiencia el mero hecho de ir de un lado a otro recogiendo información o simplemente paseando. La iluminación, las soberbias texturas que lo envuelven todo, la infinidad de detalles en ventanas, terrazas, balcones o maravillas como las cristaleras de una iglesia o catedral dan fe del enorme y esmerado trabajo realizado.