Hace bastantes meses tuvimos el placer de escribir la reseña de Disgaea 2, que serviría para presentar al completo el universo que la compañía Nippon Ichi había creado. Ambientados en el delirante Netherworld, una suerte de mundo delirado por Tim Burton, y mezclado con grandes cantidades del imaginario japonés (y su toque de perversión asiática, que otros tildan de mente liberal), sus títulos son una muestra de maestría en el desarrollo de juegos de rol. No abandonan ningún apartado al libre albedrío. Todos sus guiones están plagados de momentos sensibleros (que entristecen de verdad), acción, y su peculiar narrativa del humor (que hace reír de verdad). Se aferran al género que han sabido cultivar para desglosar buenas historias con pizcas de un característico tono absurdo. No necesitan secuencias animadas, cientos de personajes no jugadores, o grandes entramados de conspiraciones y subargumentos que líen al usuario. Ni mucho menos necesitan vender gracias a su marca. Y no hace falta fijarse demasiado para reparar en los píxels de sus criaturas. Pero sus planteamientos sencillos, sus repartos carismáticos y el arte en el diseño de Takehito Harada hacen de cada una de sus creaciones una joya. Y Disgaea es su obra cumbre.
Demonios, humanos y ángeles
La historia de Laharl, el primogénito del Rey Krichevskoy, el Overlord, aquel que regenta el trono que domina todo el Netherworld, no puede comenzar de manera menos disparatada. Recién despertado de su siesta de dos años descubre que su padre ha muerto atragantado con una galletita. Y durante su letargo, son muchos los demonios que han intentado hacerse con el poder. ¡Ha llegado la hora para Laharl de recuperar el prestigio perdido, y de sembrar el terror como buen demonio! Acompañado por Etna (su fiel vasalla, que intentará enderezarle y hacer que siga los pasos de su padre), y de Flonne (una ángel en prácticas con la misión de asesinar a Krichevskoy, que termina uniéndose a su ejército tras saber que el antiguo rey ya estaba muerto), el joven Laharl recorrerá mundo para alzarse de nuevo como Overlord. En su camino se enfrentará a invasiones espaciales, enemigos de otras dimensiones, cazadores de demonios, criaturas que aspiran a convertirse en el próximo rey del Netherworld y, por mal que le pese, a las reticencias de algunos de sus súbditos por verle convertido en rey.
Con un sistema de combate en cuadrículas tremendamente entretenido y muy dinámico, sin apenas tiempos de carga ni comandos complicados, Disgaea se desarrolla entre conversaciones escuetas y frecuentes batallas en mapas agrupados por mundos. Su reparto de armas y armaduras es MUY amplio, y su compra deviene aleatoria: cada vez que entremos en la única tienda del juego se nos ofrecerán unas u otras. Si queremos adquirir armamento más poderoso, tendremos que solicitar un requerimiento al Tribunal Oscuro, que decidirá por votación si nos conceden el beneficio de poder comprar equipamiento con más bonus (y más no valdrá sobornar a los senadores si queremos estar seguros de lograrlo). Pero también tendremos que recurrir a ellos si queremos crear a nuevos reclutas para nuestro ejército, desbloquear mapas secretos, o aumentar el movimiento de nuestros personajes, entre otras cosas. Algunos de nuestros enemigos serán diablos, fantasmas, zombies y pingüinos. Muchos pingüinos. Para mejorar nuestros objetos tendremos que ENTRAR EN ELLOS (¡bienvenidos al Item World!), y subyugar a sus habitantes a golpe de espada. Podremos agarrar y lanzar a nuestros personajes para que avancen más rápidamente por el campo de batalla. O incluso hacerlos chocar contra los rivales. Y olvidaos de las pociones: para curar a nuestros aliados podremos arrojarles chicles de menta o flanes. Así es la vida en el Netherworld.