Los escasos lectores que nos sigan desde el principio de nuestros días, recordarán cómo hace ahora apenas 4 años rendimos culto a uno de esos videojuegos clásicos que por desgracia no han recibido en su historia toda la atención que merecían.
Hablábamos en su momento de cómo el juego en cuestión había tenido problemas para ser reconocido incluso en su época, aun cuando sería extraño que el buen aficionado de entonces no hubiera acabado víctima de su concepto, encerrado entre sus numerosas galerías, sometido a alguno de sus retos.
Boulder Dash, fue un juego excepcionalmente acertado a la hora de combinar puzzle y acción. Su esencia lo reconducía a la primera categoría, la ejecución de esos puzzles y su frenetismo le permitía moverse en la segunda.
Su número de clones, la cantidad de títulos que utilizaron su concepto para hacer todo tipo de copias, unas más burdas, otras más elaboradas (y algunas pocas verdaderamente buenas de por sí), lo que hacían era copiar literalmente un esquema que Peter Liepa había establecido con unos gráficos inicialmente mínimos, para ser desarrollados cuando la compañía First Star le compró los derechos y lo convirtió en una franquicia de éxito.
A sus numerosas conversiones le siguieron editores de galerías que hacían lo mismo que sus continuaciones oficiales: crear nuevos niveles basándose en un concepto que era demasiado bueno. Para los desorientados: recoger diamantes, en un tiempo determinado, sorteando determinados obstáculos.
La particularidad residía en cómo esos obstáculos tenían unas reglas fácilmente identificables y que nos llevaban a dos pilares que Richard M.Spitalny nos definía en la entrevista que publicamos con motivo de aquel especial. Primero, cumplir a la perfección con el Teorema de Nolan (fácil de aprender, difícil de dominar); segundo, permitir que en un determinado momento tuviéramos un plan para superar el nivel y entonces que la dificultad estuviese en lograr materializarlo, pues ahí entraban la pericia, habilidad y la suerte, especialmente porque lo inicialmente planteado se volvía en muchas ocasiones en algo enloquecido que iba degenerando desde nuestro esquema.
First Star Software, nos decía también Sir M.Spitalny, era más una pequeña distribuidora de productos selectos (también se hicieron con los derechos que luego compartieron de Spy Vs Spy) que una compañía grande con un catálogo masivo que ir incrementando. De ahí el cuidado y tesón con que iban tratando su producto. Nuevas versiones para PC, la llegada a las nuevas consolas portátiles, los juegos java para móvil... Todo aquel soporte que por sus limitaciones fuera idóneo para recupear un clásico apetecible podría contar con su versión. Volviendo a lo de antes, elegir Boulder Dash sobre uno de sus clones, sería una garantía de marca.
Y si bien esto lo habían logrado hace poco con su versión móvil, la entrega que nos ocupara para DS no puede ser más que simplemente decepcionante. Un cartucho por debajo de la mediocridad en que la licencia que First Star ha otorgado a 10Tacle se ha traducido en un incumplimiento flagrante de lo que el nombre de Boulder Dash imponía.
La decepción es por tanto mayúscula al comprobar que esta nueva entrega no sólo no ha aportado nada al universo de Rockford (sí, unos protagonistas a elegir y cuyo nulo carisma y vulgaridad los convierten en una nítida muestra de desidia) sino que no ha sido capaz de conservar ninguna de sus señas de identidad.
Gráficos pastel vulgares, lentitud de movimientos, simplicidad en las formas para ir progresando en los puzzles... la velocidad frenética y la funcionalidad de sus diseños ha quedado como un recuerdo lejano en donde Nintendo DS es sólo un lugar en que pasear la desgana de 10Tacle. La pantalla táctil prometía ser indiferente salvo original aportación de quienes en el pasado tuvieron tanta originalidad en sus manos, posiblemente y por desgracia esa es la única promesa cumplida.
Con todo esto Boulder Dash Ex queda reducido a un juego para niños con que ejercitar algo su cabeza para imaginar cómo superar retos demasiado anulados en comparación con lo que el original ofrecía. Lo cual es una verdadera lástima para los que esperábamos algo siquiera parecido a lo que nos ofreció en el pasado... más cuando habría valido con recuperar eso mismo para que nos diéramos por satisfechos.