Cita ineludible con rival invencible. Pro Evolution y Fifa vuelven a encontrarse una vez más, y tras las aportaciones de este año, el ganador habitual lo sigue poniendo más y más difícil.
Nunca ha tenido para sus seguidores un verdadero rival. Ni cuando en las 16 bits el FIFA isométrico de aquel entonces comenzaba a hacer uso de su licencia, ni cuando terminó por variar de aspecto en una tentativa de acercamiento. En sus distintas versiones que acabaron por representarse en las vertientes ISS y Pro Evolution, el liderazgo de Konami en los juegos balompédicos se ha basado siempre en una eterna búsqueda de mejoras que sólo llegó a relativizarse cuando los avances parecían más inalcanzables. Con la entrega del año pasado del PES2, todo hacía pensar que el siguiente peldaño que debía darse tenía que estar centrado únicamente en los espinosos detalles de la conversión. Lograr que el juego se viese acompañado de una opción de 60 hzs con la que ganar en suavidad, y hacerse con una licencia decente que terminase de una vez con nombres de equipos bochornosos supondría dar todo con lo que el jugador podía soñar. Habida cuenta de que su sistema de juego quizá podría matizarse, pero andaba ya a un nivel elevado, era hora de esperar a ver cuánto se nos podía ofrecer para hacer de la llegada del Winning Eleven 7 (título nipón) el Pro Evolution definitivo. Y quizá no lo sea. Pero no debe haber quedado muy lejos.
El juego
La más clara razón para explicar el merecido éxito logrado por 'PES', se encuentra en la extraordinaria versatilidad para un fenómeno de masas. Cualquier aficionado puede comenzar a jugar a un nivel básico, y si bien difícilmente ganará un partido, podrá rápidamente vislumbrar las posibilidades que una dedicación a la causa ofrecerán de forma progresiva. Uno puede agarrarse a sus escasos recursos y hacer lo posible y lo imposible por arrancar un empate o defender un gol. Pero con el tiempo, llegará a dominar un tipo de fútbol de una factura técnica y una espectacularidad -siempre real- capaz de parar a quienes crucen cerca de la pantalla para observar el resto del partido.
A parte de un incomensurable trabajo de años dedicados a pulir el detalle, a analizar cada uno de los matices de la realidad del partido para calzarlo en circuitos eléctricos, lo que involucra de forma definitiva, es una sincera pasión por este deporte. Desde la introducción animada se puede atender de manera gráfica, a lo que late en su interior, a lo que hace que se haya pulido después cada mínimo toque de balón, cada gesto de los 22 protagonistas, para tratar de reflejar todo aquello que se siente cuando ruge un estadio, cuando el cuero roza la red, cuando unos levantan los brazos al cielo, y otros caen desdichados en el húmedo cesped. La pasión de un corazón hincha es lo que ha hecho siempre del fútbol de Konami una experiencia auténtica. Y en este caso a un nivel inatacable.
Mejoras
Finalmente concedida la demanda de 60 hz, el tema de licencias parece el despropósito final, un obstáculo aparentemente insuperable que nos regala nuevas perlas en plantillas no actualizadas -sólo están las últimas incursiones más destacadas- con equipos de nombres caricaturescos: véase Naranja para el Valencia, Chamartín para los merengues, Catalonia para el equipo blaugrana, y un largo etcétera exasperante. ¿Puede esto echar atrás a alguien? Posiblemente a un documentalista ortodoxo fanático del rigor de las bases de datos, sí, pero a alguien que acaricie el botón tras el silbido inicial, sólo le quedará energía para tratar de evitar la boca abierta. Porque ahí el nuevo engine gráfico, el físico más estilizado y realista de los jugadores, dibujará un nuevo repertorio de animaciones añadidas al habitual comportamiento de los futbolistas, y quedará como recurso para hacer los movimientos con un realismo impensable, que termina definitivamente con la concepción ortopédica tradicional que se había ido corrigiendo, pero que aquí llega a cotas sorprendentes. El sistema de juego ha ganado en una solidez necesaria, imposición al toque, a la colocación, a la búsqueda del hueco por encima de concretas y aisladas individualidades que rara vez tendrán fruto por sí solas. El pase atrás, el cambio de banda, la pausa por encima del nervio en la creación, serán la clave para ganar partidos, y para envasar sangre, sudor y lágrimas en un compacto imprescindible. Al pulido de todo lo antes visto -destacando cambios en el saque de banda para mover al receptor, o fueras de juego que se pitan segundos después para ganar realismo- se añaden figuras nuevas como la ley de la ventaja. Opciones como jugar controlando a un único jugador, o incluso de ejercer de manager (más lógico que nunca, viendo el detallado apartado estratégico que exige estudio concienzudo) rematan la jugada para extender las posibilidades de un juego que tiene muchas. El uso del multitap para el multijugador es la esencia misma del balompie como deporte de equipo. La participación en competiciones con posibilidad de concretar fichajes, añadidos agradecidos como los nuevos hiperrealistas escenarios. Pero con todo lo que pueda ofrecer, basta un partido único, cara a cara con quien sea, sólo por volver a notar que esto es real, que con suficiente práctica todo lo que una vez vivimos sin un mando en las manos, podemos rehacerlo en primera persona en nombre del incomparable Pro Evolution.