Medio año después de su versión para PSP, podemos disfrutar de Silent Hill Origins en la consola de sobremesa de Sony. Se trata de una precuela de esta serie de survival horror, que Konami lanzara en 1999. Casi diez años más tarde, y tras cuatro entregas –sin contar un par de ampliaciones y un juego para móviles- y una película de la que se espera continuación, la compañía japonesa dará explicaciones a los cabos sueltos de la historia prometiendo que el miedo volverá a recorrer nuestro cuerpo con los escalofríos de la primera vez.
[El guión sigue las pautas marcadas por la saga y continúa enganchando]
Travis O´Grady conduce un camión de repartos y se dispone a tomar un atajo para realizar su próxima entrega. De pronto, observa como una figura envuelta en una túnica cruza la carretera. Ésta tropieza y cae delante del vehículo. El camionero frena a tiempo y baja a socorrer al peatón pero, ante su asombro, no verá a nadie en el suelo. Al volver a la cabina, advierte la aparición repentina de una nube de humo de la que sale una niña –de esas raritas, típicas de los relatos de terror- que corre hacia la oscuridad. Él pretende ayudarla y la sigue hasta encontrar un cartel: Bienvenido a Silent Hill.
Parece mentira que un prólogo tan básico genere tanta expectación por una historia. Y eso que es similar al de los primeros episodios; alguien desaparece y el protagonista va a buscarle. A partir de la llegada a Silent Hill, como es de esperar, el relato se oscurece. En la búsqueda de la misteriosa niña, Travis irá descubriendo secretos como la dualidad siniestro-sangrienta del pueblo (Misty World/Other World), por la que se podrá mover a través de los espejos que irá encontrando.
[La atmósfera sobrecogedora: otra marca de la casa]
De nuevo, fiel a su estilo, la serie alcanza la cota máxima de terror psicológico, con el que ya creara escuela. Cuando salió a la venta el primer Silent Hill se dijo: “no da tanto miedo lo que se ve, como lo que no se ve”. En efecto, la atmósfera agobiante y tenebrosa es la principal baza del título, pues la incertidumbre nerviosa que genera ante lo que acontecerá, no admite comparaciones. En todo momento, está presente un aire de putrefacción tan verosímil que nuestras pituitarias parecen sensibles al mismo.
La angustia se apodera del usuario al recorrer los diferentes emplazamientos: desde un hospital, pasando por las nebulosas calles de la población, hasta la más sanguinolenta carnicería, o un macabro teatro. Generalmente, sólo hay una posibilidad de avanzar, que habrá que descubrir probando a abrir la infinidad de puertas que encontramos, al tiempo que deseamos con todas nuestras fuerzas que -¡por favor!- tengan el cerrojo echado.
Así, el juego emplea un recurso fácil, como es hacernos dar mil vueltas en momentos de poca acción, mientras mantiene la tensión al máximo. Llegará un momento en el que seguir dando tumbos sin rumbo se vuelva tedioso, y más cuando la única salida pase por resolver un puzzle para el que no encontramos respuesta –algo no muy frecuente-.
No hablemos ya de toparnos con cualquier tipo de monstruo, diseñados por el más retorcido de los cerebros: enfermeras zombis, criaturas amorfas que chupan la sangre y escupen ácido, escurridizas sombras casi invisibles, carniceros descuartizadores…. Al caminar por las, en un principio desiertas, calles de Silent Hill, estos horripilantes seres saldrán hasta de debajo de las piedras: tendremos que ponernos hasta las cejas de medicinas o, mejor aún y mucho más recomendable, correr como alma que lleva el diablo. En ocasiones, dentro de los edificios, los sobresaltos brillan por su ausencia, aunque, con la ceguera constante que provoca la absoluta oscuridad hay más que de sobra.
